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martes, 9 de abril de 2013

Versos de terciopelo - Fragmento 2


Dos días pasaron hasta que Morfeo me tumbó de una sonora paliza, fue al despertar cuando mis ideas, ya más claras, tomaron un rumbo distinto desapareciendo cualquier iniciativa a querer terminar con mi vida en aquel momento, una última aventura, una ultima misión que la vida me daba en su inmensa generosidad cruel. Decidí salir a buscarla cada noche, en el mismo bar, con el mismo barman, y con otro vodka-limón.

Cuatro noches de autentica desesperación tuve que soportar, cuatro noches hasta que ella apareciera de nuevo por aquella puerta con su sonrisa asesina de ilusos.

- Vaya, si es el señor vodka-limón - dijo con desparpajo volviendo a sentarse a mi lado como la primera vez.

Pero me recordaba, y lo hacía alegremente, no estaba tan acabado como mi mente me hacía creer. Aquello fue una fuente de infantil esperanza hacia mis más degenerados deseos sobre aquella ninfa salvaje que me había robado la vida en una hora.

La conversación fue agradable como la primera vez, incluso más, dejando un gusto dulce en los labios por cada palabra pronunciada, y aun así, volví a huir a la hora de charla. Aquel era mi límite de aguantar a mi "yo animal", pero por suerte conseguí para mis oscuros planes una pequeña promesa de volvernos a ver en aquella barra que empezaba a convertirse en un santuario de culto a la diosa Afrodita.

Y cumplió su promesa, y yo la cumplí. Cada varios días su perfume con ligeros toques de frutas del bosque inundaba aquel bar como un hechizo ponzoñoso que te hacía suspirar. Cada día que apareció una hora exacta de extremo placer verbal. Cada día que no estaba la tortura de la espera se antojaba insoportable para cualquier mortal. Tan solo mi deseo de verla me mantenía con vida, tan solo yo era capaz de soportar dicha condena, ¡y maldita sea, con la cabeza alta caminaba a los infiernos por tal musa caída del cielo!

Los avances de nuestra plática embrujada tardaron en aparecer, pero el descubrimiento más atroz fue aquel día que creyéndome un valiente caballero de afilada espada, decidí quedarme más de una hora.

- Lo siento mi querido señor vodka-limón, pero hoy debo ser yo quien huya de nuestro encuentro.

Ella lo sabía, sabía de mi cobardía y aun así acudía fielmente a nuestro encuentro. Aquel demonio de truculenta figura me había desnudado ya el alma y yo, crédulo de mí, no hice nada por remediarlo. Es más, agrave la herida.

- Me deja sorprendido mi querida dama, ¿qué es lo que le reclama con tanta celeridad? - pregunté a sabiendas de que algo en mi interior me advertía de no hacerlo.

- Ocho años de relación mi querido escritor, ocho años de los que no puedo escapar.

Y con esa espada clavada en mi corazón se marchó.

¿Como podía ser tan estúpido? era algo evidente. Ningún ser tan perfecto pasaría desapercibido en este bárbaro mundo de simples mortales. Alguien, quizás un ser superior, o un mentiroso mas hábil que yo, ya había visto lo mismo que mis cansados ojos.

Mi querida musa, mi fantasía, mi obsesión y locura, ya era de otro desde el momento que la conocí, y mientras borracho soy víctima de continuas masturbaciones e inspiraciones literarias fruto de su imagen, ella está en los terribles brazos de otro.

Desaparecí una semana, escribiendo y destruyendo relatos sobre mi lamento y tormento. No quise salir o beber, tan solo sumergirme en el tremendo dolor de perder algo que nunca he tenido, en el dolor del deseo más imparable jamás realizado.

Otra vez, después de días sin dormir por la herida, fue Morfeo quien sabio en su juicio me golpeó de manera contundente, haciendo que mi mente despertara con renovados pensamientos y delirantes revelaciones.

Por primera vez medité cada paso del asunto, ordené la información y analice cada movimiento de su cuerpo, por primera vez esto último sin un fin sexual. Eran ocho años de relación, pero su sonrisa y el que viniera cada ciertos días significaba que algo debería aportarle que nadie más le daba. Aquello era un punto donde comenzar.

¿Pero quién era yo, de que armas disponía para la lucha? empobrecido y rebosante de locura, que podría ofrecer a semejante ser perfecto. Cuando quise creer ser un caballero para derrotar al malvado ogro que aprisiona a mi doncella, me miro en el espejo donde desaparecen mi caballo, mi espada y mi armadura, convirtiéndome en un vagabundo juglar de mayas ridículas y estropeada bandurria.

¡No! debía existir otra forma de hacerla mía, si no podía darle la felicidad eterna debía crear la manera de darle la felicidad del momento que queda en la eternidad. Aquel era mi objetivo para ella, y mi obsesión para conmigo.

Volví a la barra del santuario de Afrodita con ropas renovadas.

1 comentario:

  1. Las mujeres siempre buscamos un principe azul montado en un precioso caballo que venga cuando lo necesitamos, para protegernos, y aun así, poder sentirnos autosuficientes.
    Acudir a ese bar sería la unica "vidilla" que tendría tu musa que estaría mas que aburrida despues de sus ocho años de relación..

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