Dos días pasaron
hasta que Morfeo me tumbó de una sonora paliza, fue al despertar cuando mis
ideas, ya más claras, tomaron un rumbo distinto desapareciendo cualquier
iniciativa a querer terminar con mi vida en aquel momento, una última aventura,
una ultima misión que la vida me daba en su inmensa generosidad cruel. Decidí
salir a buscarla cada noche, en el mismo bar, con el mismo barman, y con otro
vodka-limón.
Cuatro noches de
autentica desesperación tuve que soportar, cuatro noches hasta que ella
apareciera de nuevo por aquella puerta con su sonrisa asesina de ilusos.
- Vaya, si es el
señor vodka-limón - dijo con desparpajo volviendo a sentarse a mi lado como la
primera vez.
Pero me recordaba,
y lo hacía alegremente, no estaba tan acabado como mi mente me hacía creer.
Aquello fue una fuente de infantil esperanza hacia mis más degenerados deseos
sobre aquella ninfa salvaje que me había robado la vida en una hora.
La conversación fue
agradable como la primera vez, incluso más, dejando un gusto dulce en los
labios por cada palabra pronunciada, y aun así, volví a huir a la hora de
charla. Aquel era mi límite de aguantar a mi "yo animal", pero por
suerte conseguí para mis oscuros planes una pequeña promesa de volvernos a ver
en aquella barra que empezaba a convertirse en un santuario de culto a la diosa
Afrodita.
Y cumplió su
promesa, y yo la cumplí. Cada varios días su perfume con ligeros toques de
frutas del bosque inundaba aquel bar como un hechizo ponzoñoso que te hacía
suspirar. Cada día que apareció una hora exacta de extremo placer verbal. Cada
día que no estaba la tortura de la espera se antojaba insoportable para
cualquier mortal. Tan solo mi deseo de verla me mantenía con vida, tan solo yo
era capaz de soportar dicha condena, ¡y maldita sea, con la cabeza alta
caminaba a los infiernos por tal musa caída del cielo!
Los avances de
nuestra plática embrujada tardaron en aparecer, pero el descubrimiento más
atroz fue aquel día que creyéndome un valiente caballero de afilada espada,
decidí quedarme más de una hora.
- Lo siento mi
querido señor vodka-limón, pero hoy debo ser yo quien huya de nuestro
encuentro.
Ella lo sabía,
sabía de mi cobardía y aun así acudía fielmente a nuestro encuentro. Aquel
demonio de truculenta figura me había desnudado ya el alma y yo, crédulo de mí,
no hice nada por remediarlo. Es más, agrave la herida.
- Me deja
sorprendido mi querida dama, ¿qué es lo que le reclama con tanta celeridad? -
pregunté a sabiendas de que algo en mi interior me advertía de no hacerlo.
- Ocho años de
relación mi querido escritor, ocho años de los que no puedo escapar.
Y con esa espada
clavada en mi corazón se marchó.
¿Como podía ser tan
estúpido? era algo evidente. Ningún ser tan perfecto pasaría desapercibido en
este bárbaro mundo de simples mortales. Alguien, quizás un ser superior, o un
mentiroso mas hábil que yo, ya había visto lo mismo que mis cansados ojos.
Mi querida musa, mi
fantasía, mi obsesión y locura, ya era de otro desde el momento que la conocí,
y mientras borracho soy víctima de continuas masturbaciones e inspiraciones
literarias fruto de su imagen, ella está en los terribles brazos de otro.
Desaparecí una
semana, escribiendo y destruyendo relatos sobre mi lamento y tormento. No quise
salir o beber, tan solo sumergirme en el tremendo dolor de perder algo que
nunca he tenido, en el dolor del deseo más imparable jamás realizado.
Otra vez, después
de días sin dormir por la herida, fue Morfeo quien sabio en su juicio me golpeó
de manera contundente, haciendo que mi mente despertara con renovados
pensamientos y delirantes revelaciones.
Por primera vez
medité cada paso del asunto, ordené la información y analice cada movimiento de
su cuerpo, por primera vez esto último sin un fin sexual. Eran ocho años de
relación, pero su sonrisa y el que viniera cada ciertos días significaba que
algo debería aportarle que nadie más le daba. Aquello era un punto donde
comenzar.
¿Pero quién era yo,
de que armas disponía para la lucha? empobrecido y rebosante de locura, que
podría ofrecer a semejante ser perfecto. Cuando quise creer ser un caballero
para derrotar al malvado ogro que aprisiona a mi doncella, me miro en el espejo
donde desaparecen mi caballo, mi espada y mi armadura, convirtiéndome en un
vagabundo juglar de mayas ridículas y estropeada bandurria.
¡No! debía existir
otra forma de hacerla mía, si no podía darle la felicidad eterna debía crear la
manera de darle la felicidad del momento que queda en la eternidad. Aquel era
mi objetivo para ella, y mi obsesión para conmigo.
Volví a la barra
del santuario de Afrodita con ropas renovadas.
Las mujeres siempre buscamos un principe azul montado en un precioso caballo que venga cuando lo necesitamos, para protegernos, y aun así, poder sentirnos autosuficientes.
ResponderEliminarAcudir a ese bar sería la unica "vidilla" que tendría tu musa que estaría mas que aburrida despues de sus ocho años de relación..