VERSOS DE
TERCIOPELO
Escribo desde un
punto muerto, en el vacío que existe cuando el pasado empieza a desaparecer y
el futuro se esconde de mi desesperada mirada. Estoy en el limbo real que se
forma cuando dejas de ser joven y aún no eres lo suficientemente viejo para
dejar de andar, escribo desde ese punto donde los artistas decidimos
suicidarnos.
Fui abandonado por
Erato hace años, dejando atrás la gloria de días mejores y camas cálidas. Días
en los que fui, iluso de mí, sepultado en elogios y palmaditas en la espalda,
estas alabanzas que me llevaron por engañosos caminos con una venda en los ojos
y sin que mis pies tocaran el suelo. Pues cuando todo te va bien y el dinero
cae de tus bolsillos, son muchos los que te llevan en volandas sin que te des
cuenta de que ya eres incapaz de dirigir tus pasos por ti mismo. Y
efectivamente, al precipicio me lanzaron olvidándose de mí, pues hasta yo mismo
olvidé quien era.
En esta
incertidumbre, arrastraba mis pies cada noche para ahogarme en bares donde aun
me refugiaban sonrisas hermosas, falsas pero hermosas. Intentaba engañar a la
gente diciendo que buscaba una respuesta, pero sabía que solo intentaba
acelerar el proceso de destrucción, ¡no sería misericordiosa La Parca de
ahorrarme el esfuerzo!
Me lamentaba como un niño, iba donde siempre a
beber como siempre, a esperar lo que nunca sucedía.
Hasta que una mala
noche, sucedió algo totalmente distinto donde comenzar mi historia.
De mala gana y con
mi sofisticado cansinismo, le daba la noche a mi buen amigo barman. Todo
transcurría según lo planeado, y en el periodo de tiempo de unas tres copas
más, ya sería amablemente invitado a volver a mi casa si aun recordaba donde
vivía. ¡Pero no! aquella señorita tenía que entrar y fastidiar mi patético
ritual, tenía que sentarse a mi lado y envolverme con su embrujado perfume con
ligeros toques a frutas del bosque, ¡maldita hechicera que hiciste que
levantara la mirada!
De sus piernas
perfectas era destacado su juvenil andar, casi similar a la niña que danza por
las praderas suizas, sus pechos ni grandes ni pequeños asomaban por una pequeña
abertura como dos niños curiosos en busca de juegos, su cuello limpio y terso
parecía una autopista alemana que invitaba a pisar el acelerador, sus labios
pequeños, de hermosa línea y de sugerente rojo intenso no paraban de torturar
mi mente mientras sonreían, sus ojos... ¡oh sus ojos! aquellos ojos egipcios en
el comienzo mezclados con un azul balcánico en el final, eran dignos de
cualquier diosa vengativa, su pelo corto y negro, una armonía que conjuntaba
diabólicamente con el resto. Pero era su piel, su piel rezumaba de un aura
nueva y desconocida, como un terciopelo sin trabajar, la perfección en el
sentido más puro de la palabra.
- ¿Que tomas? - me
preguntó, risueña, la vil hechicera seguramente ante mi lerda expresión con la
boca a medio abrir.
Lo que para ella
fueron segundos o quizás minutos, para mí eran años de espera a esa pregunta, a
ese momento digno de Odiseo, pero contesté. Refinando todo lo que pude mi habla
y conteniendo con férreas cadenas mis instintos de poseerla en aquella barra de
bar, le hablé del vodka-limón que mi mano derecha sujetaba y de como a lo largo
de los años golfos de cualquier pescador aprendes que es de las bebidas que
menos sabor dejan al besar y de lo desagradable que es el whisky, por ejemplo,
en aquellas facetas conyugales.
Con una risa de
picara se pidió lo mismo, aquella provocación directa se clavó en mí como una
espada ejecutora en la plaza medieval, además de acompañarla con una mirada
sucubina que atravesó todos y cada uno de mis puntos débiles.
Pero no, uno es
perro viejo, y aunque loco y borracho, la experiencia sigue siendo la mejor de
las consejeras. Por lo que mantuve la compostura y una fluida conversación de
una hora antes de anunciarle mi marcha por unos quehaceres a la mañana
siguiente. Mentí.
Lo cierto es que
huí, huí como un cobarde por no arder en las llamas de su cuerpo, porque algo
dentro de mí me advertía que de seguir sentado en aquel taburete sería devorado
sin ningún tipo de contemplación. Tuve miedo y corrí hasta mi casa faltándome
el aliento y con el alcohol ingerido en plena fiesta estomacal.
Cuando abrí la
puerta del pequeño hogar, tenía ganas de vomitar, de masturbarme, de morir
fulminado, no podía dormir ni aquella noche ni posiblemente la siguiente, y lo
más extraño que surcó mi mente en aquel momento: tenía ganas de escribir.
Escribí, escribí
como hacía meses que no lo hacía, con la pasión que había perdido en el
transcurso de los años, toda letra que manchaba el papel iba sobre ella. ¿Pero
como negarme? como siendo un condenado al que solo le llena esta miseria podría
negarme a la inspiración.
Todo lo que escribí
lo quemé en una papelera que jamás volverá
a ser utilizada, en los versos la veía y volví a huir.
(continuará...)
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