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lunes, 8 de abril de 2013

Versos de terciopelo - Fragmento 1


VERSOS DE TERCIOPELO


Escribo desde un punto muerto, en el vacío que existe cuando el pasado empieza a desaparecer y el futuro se esconde de mi desesperada mirada. Estoy en el limbo real que se forma cuando dejas de ser joven y aún no eres lo suficientemente viejo para dejar de andar, escribo desde ese punto donde los artistas decidimos suicidarnos.

Fui abandonado por Erato hace años, dejando atrás la gloria de días mejores y camas cálidas. Días en los que fui, iluso de mí, sepultado en elogios y palmaditas en la espalda, estas alabanzas que me llevaron por engañosos caminos con una venda en los ojos y sin que mis pies tocaran el suelo. Pues cuando todo te va bien y el dinero cae de tus bolsillos, son muchos los que te llevan en volandas sin que te des cuenta de que ya eres incapaz de dirigir tus pasos por ti mismo. Y efectivamente, al precipicio me lanzaron olvidándose de mí, pues hasta yo mismo olvidé quien era.

En esta incertidumbre, arrastraba mis pies cada noche para ahogarme en bares donde aun me refugiaban sonrisas hermosas, falsas pero hermosas. Intentaba engañar a la gente diciendo que buscaba una respuesta, pero sabía que solo intentaba acelerar el proceso de destrucción, ¡no sería misericordiosa La Parca de ahorrarme el esfuerzo!

 Me lamentaba como un niño, iba donde siempre a beber como siempre, a esperar lo que nunca sucedía.

Hasta que una mala noche, sucedió algo totalmente distinto donde comenzar mi historia.

De mala gana y con mi sofisticado cansinismo, le daba la noche a mi buen amigo barman. Todo transcurría según lo planeado, y en el periodo de tiempo de unas tres copas más, ya sería amablemente invitado a volver a mi casa si aun recordaba donde vivía. ¡Pero no! aquella señorita tenía que entrar y fastidiar mi patético ritual, tenía que sentarse a mi lado y envolverme con su embrujado perfume con ligeros toques a frutas del bosque, ¡maldita hechicera que hiciste que levantara la mirada!

De sus piernas perfectas era destacado su juvenil andar, casi similar a la niña que danza por las praderas suizas, sus pechos ni grandes ni pequeños asomaban por una pequeña abertura como dos niños curiosos en busca de juegos, su cuello limpio y terso parecía una autopista alemana que invitaba a pisar el acelerador, sus labios pequeños, de hermosa línea y de sugerente rojo intenso no paraban de torturar mi mente mientras sonreían, sus ojos... ¡oh sus ojos! aquellos ojos egipcios en el comienzo mezclados con un azul balcánico en el final, eran dignos de cualquier diosa vengativa, su pelo corto y negro, una armonía que conjuntaba diabólicamente con el resto. Pero era su piel, su piel rezumaba de un aura nueva y desconocida, como un terciopelo sin trabajar, la perfección en el sentido más puro de la palabra.

- ¿Que tomas? - me preguntó, risueña, la vil hechicera seguramente ante mi lerda expresión con la boca a medio abrir.

Lo que para ella fueron segundos o quizás minutos, para mí eran años de espera a esa pregunta, a ese momento digno de Odiseo, pero contesté. Refinando todo lo que pude mi habla y conteniendo con férreas cadenas mis instintos de poseerla en aquella barra de bar, le hablé del vodka-limón que mi mano derecha sujetaba y de como a lo largo de los años golfos de cualquier pescador aprendes que es de las bebidas que menos sabor dejan al besar y de lo desagradable que es el whisky, por ejemplo, en aquellas facetas conyugales.

Con una risa de picara se pidió lo mismo, aquella provocación directa se clavó en mí como una espada ejecutora en la plaza medieval, además de acompañarla con una mirada sucubina que atravesó todos y cada uno de mis puntos débiles.
Pero no, uno es perro viejo, y aunque loco y borracho, la experiencia sigue siendo la mejor de las consejeras. Por lo que mantuve la compostura y una fluida conversación de una hora antes de anunciarle mi marcha por unos quehaceres a la mañana siguiente. Mentí.

Lo cierto es que huí, huí como un cobarde por no arder en las llamas de su cuerpo, porque algo dentro de mí me advertía que de seguir sentado en aquel taburete sería devorado sin ningún tipo de contemplación. Tuve miedo y corrí hasta mi casa faltándome el aliento y con el alcohol ingerido en plena fiesta estomacal.

Cuando abrí la puerta del pequeño hogar, tenía ganas de vomitar, de masturbarme, de morir fulminado, no podía dormir ni aquella noche ni posiblemente la siguiente, y lo más extraño que surcó mi mente en aquel momento: tenía ganas de escribir.

Escribí, escribí como hacía meses que no lo hacía, con la pasión que había perdido en el transcurso de los años, toda letra que manchaba el papel iba sobre ella. ¿Pero como negarme? como siendo un condenado al que solo le llena esta miseria podría negarme a la inspiración.

Todo lo que escribí lo quemé en una papelera que jamás volverá  a ser utilizada, en los versos la veía y volví a huir.

(continuará...)

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