- Se hacía extraño
no tenerte al otro lado de la barra, y si te interesa, aquella mujer preguntó
por ti - me dijo nada más llegar el buen barman.
Seguramente una
sonrisa de retraso mental agudo se dibujó en mi cara al caer en lo último de su
frase. ¡Ya había caído totalmente en sus garras! durante todas las copas que mi
hígado pudo soportar no paraba de darle vueltas a si el amor no correspondido
había resucitado mi corazón muerto.
No hay nada en este
mundo que de más miedo que el amor, como aquellas sirenas de Sicilia que con su
hermoso canto atraían a los marineros para luego devorarlos, así es este
terrible sentimiento, dejándote totalmente expuesto a cualquier ataque,
vulnerable como un niño en el campo de batalla, una droga que te hace parecer
imbécil mientras te descuartizan poco a poco y sonríes, me había convertido en
un adicto fruto de una obsesión ilusoria. Y yo que me creía demasiado listo
para esquivarlo.
Aquella perra del
averno me devolvió la jugada, no tardó tan solo una semana, si no dos más en
aparecer de nuevo por aquel bar. Durante ese tiempo me atormenté pensando si no
habría encontrado en otro bar lo que buscaba en mí, hasta el punto de cada
noche querer llorar cuando en la madrugada y sin saber caminar me dirigía a la
soledad del hogar. Pero vino, con su olor a frutas del bosque y su picara
sonrisa, todo dolor volvió a transformarse en obsesión.
No recuerdo en qué
momento empecé a llamarla "musa mía”, pero recuerdo el brillo de sus ojos
cuando sus agradecidos oídos lo escucharon por primera vez, era aquel brillo
que tanto buscaba para alimentar mi infantil esperanza, la señal que indicaba
el camino.
Lleno de renovadas
esperanzas infundadas por mi tonta autosugestión, empecé a comentarle los versos
que su imagen inspiraba, le mentí acerca de como guardaba cada poesía o pequeño
relato, cuando en realidad todo ardía al igual que mi pasión por ella. Le mentí
a medias como se le miente a un padre, y en ella sentí el despertar de algo más
que curiosidad por mi infame persona. En las siguientes veces que nos
encontramos en aquel santuario las agradables charlas pasaron al emocionante
juego del cortejo.
Es en si el cortejo
la fase más emocionante que mi vida a conocido. Lejos de la vulgaridad de
"el polvo de una noche", el cortejo bien elaborado, donde conoces a
alguien mientras absorbes cada gesto, cada conocimiento y analizas cada frase,
es sin duda el juego por excelencia. En este siglo donde ya no existe el amante
como figura respetable dejando paso a una época de simple lujuria, donde los
hombres cultivan el cuerpo para ocultar sus defectos y dejan de lado el cultivo
de la mente como arma de seducción, no puedo si no estar más en contra. Atrás
en mis buenos años, perfeccioné con dedicación este arte, llegué a la
conclusión de que una mujer vale mucho más si se consigue con clase, si el
merito viene de un trabajo impecable creas una relación donde cada segundo será
digno de recordarse. Siempre sentiré pena en aquellos incapaces de disfrutar
este placer que nos permite el ser humanos.
Aunque yo, en aquel
momento, estaba muerto en lo que a romanticismo se refería, lejos de mi
seguridad de la que disponía en mi juventud, aquella mujer me daba un miedo
tremendo, como el estar dentro de una jaula con un león hambriento que con ojos
fieros me acusaba de la falta de antílopes.
Cierto día me
atranqué, sentí la necesidad de que aquellas sesiones se quedaban pequeñas, de
que mi sentimiento por ella había alcanzado tal magnitud que desbordaba aquel
bar, necesitaba dar un paso más o explotaría poniendo fin a aquella fantasía
que estaba viviendo. Me agobié, sentí que aquella noche seria la ultima al no
poder dar una buena conversación. Sabía que ella venia por eso mismo, que
mientras le diera la libertad que su mente me pedía a gritos seguiría
sentándose en el taburete que se quedaba intencionadamente libre a mi lado, y
por unos instantes el miedo se apodero de mi recreando una y otra vez diez
formas de morir al no soportar su ausencia.
Sin embargo, ella
me dio la pista a la que yo fui incapaz de llegar por mi solo.
- ...Ahora estoy
tan desesperada buscando algo de trabajo que hasta la comida rápida parece un
buffet de abogados - dijo al tiempo que se llevaba la copa de vodka-limón a sus
sensuales labios rojos.
Aproveché el
momento para que me imaginación corriera a meterse entre sus piernas por aquel
túnel "destino paraíso" que era la sombra que ofrecía el hueco de su
falda, mi mente se perdía en aquel hueco cada vez que ella daba un trago los
días que tan generosamente se vestía. Pero salí del trance en cuanto su copa
tocó la madera de la barra, ella estaba pidiendo ayuda en su argumentación y mi
mente caótica actuó con una rapidez y astucia napoleónica. Le ofrecí un empleo,
uno mal pagado y arriesgado, una as en mi manga ante mi mano de pareja de
doses, le ofrecí posar para mí.
Ella aceptó.
Nadie en su sano
juicio habría aceptado, y ella lo hizo con una sonrisa y después de meditarlo
el tiempo necesario para dar un trago a la copa, aceptó y yo me sentí como el
niño al que le traen lo que pidió en el día de reyes. Le expliqué preocupado de
que me tomara a broma, que su trabajo solo consistiría en estar presente
mientras escribo, tres días a la semana durante una hora, le pagaría poco y
querría pagarle más por hacer el trabajo por el que escritores famosos pagarían
fortunas, por ser mi musa presente. Y aun así, aceptó.
Aquella noche, me
sorprendí a mí mismo, volví bailando ninguna canción a mi humilde hogar.
No recordaba estar
tan nervioso desde mi primera vez con una mujer, aquel temblor incontrolable y
el miedo al fracaso inundando cada poro del cuerpo, las miles de cuestiones que
surgen con la venenosa pregunta de: ¿lo estaré haciendo bien? ningún hombre es
bueno en algo que no ha hecho nunca, y yo, jamás había invitado a una musa a
casa.
Decir, que mi hogar
es pequeño cual habitáculo estudiantil asiático, tiene una gran sala que hace
de estudio, sala de estar y dormitorio, y dos habitaciones pequeñas que hacen
de cuarto de baño y cocina. Como buen soltero propenso a la depresión no
recordaba la última vez que lo limpié, pero con la energía que me daba mi tonta
y ridícula ilusión le di una pasada que me recordó a las mañanas de verano en
casa de mi bienaventurada abuela. Quedaba poco para que llegara y era importante
crear una falsa sensación de bienestar, para ello utilicé todas las criticas
que esporádicas amantes habían escupido de sus bocas de lagarto cuando habían
venido de visita. Y eran muchas las críticas para tan pocas lagartas.
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