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miércoles, 10 de abril de 2013

Versos de terciopelo - Fragmento 3


- Se hacía extraño no tenerte al otro lado de la barra, y si te interesa, aquella mujer preguntó por ti - me dijo nada más llegar el buen barman.

Seguramente una sonrisa de retraso mental agudo se dibujó en mi cara al caer en lo último de su frase. ¡Ya había caído totalmente en sus garras! durante todas las copas que mi hígado pudo soportar no paraba de darle vueltas a si el amor no correspondido había resucitado mi corazón muerto.

No hay nada en este mundo que de más miedo que el amor, como aquellas sirenas de Sicilia que con su hermoso canto atraían a los marineros para luego devorarlos, así es este terrible sentimiento, dejándote totalmente expuesto a cualquier ataque, vulnerable como un niño en el campo de batalla, una droga que te hace parecer imbécil mientras te descuartizan poco a poco y sonríes, me había convertido en un adicto fruto de una obsesión ilusoria. Y yo que me creía demasiado listo para esquivarlo.

Aquella perra del averno me devolvió la jugada, no tardó tan solo una semana, si no dos más en aparecer de nuevo por aquel bar. Durante ese tiempo me atormenté pensando si no habría encontrado en otro bar lo que buscaba en mí, hasta el punto de cada noche querer llorar cuando en la madrugada y sin saber caminar me dirigía a la soledad del hogar. Pero vino, con su olor a frutas del bosque y su picara sonrisa, todo dolor volvió a transformarse en obsesión.

No recuerdo en qué momento empecé a llamarla "musa mía”, pero recuerdo el brillo de sus ojos cuando sus agradecidos oídos lo escucharon por primera vez, era aquel brillo que tanto buscaba para alimentar mi infantil esperanza, la señal que indicaba el camino.

Lleno de renovadas esperanzas infundadas por mi tonta autosugestión, empecé a comentarle los versos que su imagen inspiraba, le mentí acerca de como guardaba cada poesía o pequeño relato, cuando en realidad todo ardía al igual que mi pasión por ella. Le mentí a medias como se le miente a un padre, y en ella sentí el despertar de algo más que curiosidad por mi infame persona. En las siguientes veces que nos encontramos en aquel santuario las agradables charlas pasaron al emocionante juego del cortejo.

Es en si el cortejo la fase más emocionante que mi vida a conocido. Lejos de la vulgaridad de "el polvo de una noche", el cortejo bien elaborado, donde conoces a alguien mientras absorbes cada gesto, cada conocimiento y analizas cada frase, es sin duda el juego por excelencia. En este siglo donde ya no existe el amante como figura respetable dejando paso a una época de simple lujuria, donde los hombres cultivan el cuerpo para ocultar sus defectos y dejan de lado el cultivo de la mente como arma de seducción, no puedo si no estar más en contra. Atrás en mis buenos años, perfeccioné con dedicación este arte, llegué a la conclusión de que una mujer vale mucho más si se consigue con clase, si el merito viene de un trabajo impecable creas una relación donde cada segundo será digno de recordarse. Siempre sentiré pena en aquellos incapaces de disfrutar este placer que nos permite el ser humanos.

Aunque yo, en aquel momento, estaba muerto en lo que a romanticismo se refería, lejos de mi seguridad de la que disponía en mi juventud, aquella mujer me daba un miedo tremendo, como el estar dentro de una jaula con un león hambriento que con ojos fieros me acusaba de la falta de antílopes.

Cierto día me atranqué, sentí la necesidad de que aquellas sesiones se quedaban pequeñas, de que mi sentimiento por ella había alcanzado tal magnitud que desbordaba aquel bar, necesitaba dar un paso más o explotaría poniendo fin a aquella fantasía que estaba viviendo. Me agobié, sentí que aquella noche seria la ultima al no poder dar una buena conversación. Sabía que ella venia por eso mismo, que mientras le diera la libertad que su mente me pedía a gritos seguiría sentándose en el taburete que se quedaba intencionadamente libre a mi lado, y por unos instantes el miedo se apodero de mi recreando una y otra vez diez formas de morir al no soportar su ausencia.

Sin embargo, ella me dio la pista a la que yo fui incapaz de llegar por mi solo.

- ...Ahora estoy tan desesperada buscando algo de trabajo que hasta la comida rápida parece un buffet de abogados - dijo al tiempo que se llevaba la copa de vodka-limón a sus sensuales labios rojos.

Aproveché el momento para que me imaginación corriera a meterse entre sus piernas por aquel túnel "destino paraíso" que era la sombra que ofrecía el hueco de su falda, mi mente se perdía en aquel hueco cada vez que ella daba un trago los días que tan generosamente se vestía. Pero salí del trance en cuanto su copa tocó la madera de la barra, ella estaba pidiendo ayuda en su argumentación y mi mente caótica actuó con una rapidez y astucia napoleónica. Le ofrecí un empleo, uno mal pagado y arriesgado, una as en mi manga ante mi mano de pareja de doses, le ofrecí posar para mí.

Ella aceptó.

Nadie en su sano juicio habría aceptado, y ella lo hizo con una sonrisa y después de meditarlo el tiempo necesario para dar un trago a la copa, aceptó y yo me sentí como el niño al que le traen lo que pidió en el día de reyes. Le expliqué preocupado de que me tomara a broma, que su trabajo solo consistiría en estar presente mientras escribo, tres días a la semana durante una hora, le pagaría poco y querría pagarle más por hacer el trabajo por el que escritores famosos pagarían fortunas, por ser mi musa presente. Y aun así, aceptó.

Aquella noche, me sorprendí a mí mismo, volví bailando ninguna canción a mi humilde hogar.

No recordaba estar tan nervioso desde mi primera vez con una mujer, aquel temblor incontrolable y el miedo al fracaso inundando cada poro del cuerpo, las miles de cuestiones que surgen con la venenosa pregunta de: ¿lo estaré haciendo bien? ningún hombre es bueno en algo que no ha hecho nunca, y yo, jamás había invitado a una musa a casa.

Decir, que mi hogar es pequeño cual habitáculo estudiantil asiático, tiene una gran sala que hace de estudio, sala de estar y dormitorio, y dos habitaciones pequeñas que hacen de cuarto de baño y cocina. Como buen soltero propenso a la depresión no recordaba la última vez que lo limpié, pero con la energía que me daba mi tonta y ridícula ilusión le di una pasada que me recordó a las mañanas de verano en casa de mi bienaventurada abuela. Quedaba poco para que llegara y era importante crear una falsa sensación de bienestar, para ello utilicé todas las criticas que esporádicas amantes habían escupido de sus bocas de lagarto cuando habían venido de visita. Y eran muchas las críticas para tan pocas lagartas.

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