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lunes, 9 de noviembre de 2015

El valor de una paja

El valor de una paja

No se escandalicen por el enunciado, vamos a hablar del “valor” y no de la “paja” en sí.
Reflexionando el otro día, caí en cuenta de lo sencillo que es para un joven la vida hoy. De cómo surcan caminos que mi generación abrió para ellos en terrenos donde antes era todo huerta. De lo caro que estaba para aquella generación de los ochenta, una miserable paja.
Y es que contemos la batallita. A nuestros tiernos años robábamos las cintas VHS de nuestros padres, nos escondíamos de madrugada para ver las películas eróticas en la televisión (si había suerte de encontrar una), recurríamos a comics italianos en quioscos de confianza o mirábamos la portada de la revista interviú como el “no va más”. Sí, jóvenes curiosos, antes no existía internet y los hombres desconocían a las mujeres y las mujeres desconocían a los hombres como un mapache entiende de motores de coche.
Planteémonos entonces una cuestión: Si lo más básico en nuestro periodo adolescente antes costaba un mundo conseguirlo ¿con qué ojos quieren que miremos a estos jóvenes? Cómo mirar a una generación que no está informada de que ahora puede ir a un bar gótico porque hace una década un grupo de heavys alternativos lucharon por ello contra viento y marea… como explicarles que la vida a la distancia de un clic le está limitando…
Sencillamente, me preocupa. Y no me preocupa la nueva generación, me preocupa mi generación. La generación que hemos abierto los caminos, que hemos visto el pasado y el futuro, la que hemos sobrevivido con nota al cambio más brusco de la humanidad con la llegada de internet, la generación que sabe lo que cuesta una paja.
Si pudiéramos transmitir todo lo que sabemos, si pudiéramos mezclarnos con los jóvenes sin mezclar intereses, si añadiéramos a nuestra enseñanza el valor de escuchar. Créanme que estoy convencido de que avanzaríamos en la filosofía humana a pasos más grandes que al antigua Grecia.
Para terminar, como apunte personal. Hay un gran problema en el mundo sexual. Soy de la última generación romántica y ahora vivo en una época donde lo que se impone es la “desmitificación del amor”. Los jóvenes leen nuestros libros y suspiran, nosotros, los viejos (o viejóvenes) suspiramos por lo fácil que lo hacen ahora. Debemos encontrar el punto intermedio a estos polos opuestos.

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