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martes, 21 de octubre de 2014

Ariadna y el Minotauro

Ariadna y el Minotauro.





Y en las profundidades del laberinto de piedra, hallábase la princesa Ariadna la de cabellos oscuros, Hija de Minos y su hermanastro Asterio, mitad hombre, mitad toro. Minotauro lo llamaban y como Minotauro se quedó.
Horrorizada, Ariadna, la de los cabellos oscuros, observaba como su desgraciado hermano por parte de madre, devoraba sin compasión los cuerpos de las vírgenes doncellas, todas ellas atenienses, que al laberinto eran arrojadas como tributo a la poderosa Creta Conquistadora.
<< ¿Cómo puede cometer tales atrocidades mi hermano? Pues aun siendo mitad monstruo, también es mitad humano>>.
Y Asterio, que sólo hablaba con el estómago lleno, contó con sorprendente elocuencia secretos que jamás salieron de la construcción de Dédalo, ni de labios de Ariadna, la de cabellos oscuros.
<< Querida hermana, si por mi corazón fuera, de tranquilas hierbas me alimentaría, pero tan alta es la ira de Posidón, que como un monstruo me veo a los ojos de padre y madre, niños y ancianos. Sólo carne se me sirve en esta prisión de piedra>>. Lamentaba así la bestia, ya saciada.
Perdiose en sus mientes Asterio, el mitad hombre, mitad toro, suspirando o quizás bramando, mientras en extrañas tareas escondía, no sin dolor en el pecho, los restos de las jóvenes doncellas que yacían en la piedra ya devoradas.
Sacole entonces, Ariadna, la de cabellos oscuros, de su leve trance con una trascendental pregunta.
<< ¿No desearías escapar, mi desgraciado hermano? Pues Teseo, mi amado, el hijo de Posidón, dios de los caballos, ha sido enviado por la ira de nuestro padre, para así darte caza y muerte. >>
La bestia, que nunca aprendió el arte de sonreír, gustoso lo haría en aquel momento. Dirigiose entonces la incrédula mirada de sus enormes ojos negros a su hermana Ariadna, la de cabellos oscuros, que en piedra estaba sentada.
<< Es tu compasión, hermana, la única luz de esta oscura prisión. Pero tal es la maldición del dios de los océanos sobre mí, que fuera de la prisión de Dédalo más grande y más terrorífica sería la oscuridad que se cierne sobre mí. Sería más odiado, más perseguido por los hijos de los dioses y los hijos de los hombres. Es la piedra que ves mi único hogar, ¡sea bienvenido Teseo, el amado por Ariadna, si sus manos merecen acabar con mi agonía! >>

[Llegada de Teseo al laberinto]

Llegose Teseo, hijo de Posidón, con la guía de Palas Atenea, hacia el interior de la construcción de piedra, donde el ovillo de hilo dejado por su amada, Ariadna, la de oscuros cabellos, lo guiaba hasta los aposentos de la insaciable bestia, el minotauro, devorador de humanos.
Y de sorpresa fue el gesto del héroe ateniense cuando vio con sus ojos a la monstruosa criatura arrodillada y con la cabeza astada en el regazo de la que era su amada.
Así, Ariadna, la de cabellos oscuros, acariciaba a su atormentado hermano Asterio, el de cabeza de toro, para calmar su dolor. Percatándose la hija de Minos de la llegada del héroe, habló con tierna y melódica voz para que la poderosa bestia no entrara en furor.
<< Eres tú, Teseo, de rizados cabellos y fuertes brazos. Baja tu espada, mi hermano y yo esperábamos por tu llegada. >>
Y así el héroe de Atenas, hijo de Atrea y Posidón, contrariado por la visión, bajó el bronce quedándose de pie y con la mirada fija.
Asterio, el de cabeza de toro, aunque a su pesar y renunciando a la única calidez que conocía y se le ofrecía, incorporó su enorme cuerpo. Viose al lado de Teseo, hijo del mar, como un gigante, alto como un cíclope y fuerte como Heracles.
<< Eres tú, el hombre bendecido por los dioses quien dará fin a mi agonía y hará de mi hermana una mujer afortunada? >>
Al mismo tiempo Asterio, hasta entonces comedido, agravó su tono intimidando así al joven héroe.
Pero fue Ariadna, la de oscuros cabellos, quien sacó a Teseo, hijo de Posidón, de su confusión.
<< No temas, mi amado Teseo, aunque el dios vengativo, que es tu padre, y el rey necio, que es el mío, te prometieran la gloria matando a la bestia y salvando a las jóvenes de Atenas de su voraz apetito, lejos de esa realidad, esta la verdad. Pues es mi hermano víctima de la crueldad de nuestro padres, obligado de por vida a ocultarse de los ojos humanos que asustados correrían al verle, obligado también a comer la cruda carne de inocentes mujeres, cuando bien podría alimentarse de vegetales que no crecen en la fría y dura piedra. Sea así la tragedia de su existencia, a la que con tu bronce deberás poner fin. >>
Y fue la dulce Ariadna, la princesa de Creta conquistadora, quien con andar grácil y pausado, acarició con sus suaves manos los cuerpos de ambos, primero de la bestia y después del bravo héroe. Se alejó de la escena, volvió el rostro y cerró los ojos, pues aún considerándolo justo, en el pecho dolía.
Arrodillose Asterio, el mitad hombre, mitad bestia, sumiso, dócil y cansado ante la convicción mortal de Teseo, pero al levantar su filo brillando en gloria, los ojos de ébano de la bestia preludiaron las últimas palabras de Asterio, el hijo de Minos.
<< Escúchame bien héroe de Atenas, Teseo, hijo de Posidón, pues con mi muerte tuya será la gloria y mil navíos te serán regalados juntos con la bella Ariadna, princesa de Creta y mi querida hermana. Y aunque los dioses te han bendecido, yo que soy el rostro de la maldición, juro sobre esta fría piedra que de tu trono serás desposeído y en el exilio serás asesinado si a la única persona que amo, traicionas. ¡Sea así el fin de mi dolor, el principio de tu gloria! >> habló entre sus últimos bramidos el locuaz minotauro.

Y fue así, en el interior del laberinto creado por Dédalo, como Teseo, rey de Atenas, derrotó al terrible minotauro devorador de vírgenes. Aun cuando nadie contó la verdad y se fue olvidando en los años de mitos y leyendas, fue Teseo, el exiliado, quien recordó al minotauro Asterio mientras caía de un precipicio a manos de Licomedes, rey de Esciro.



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